Racistas y huevones

La oposición a veces pone temas en la agenda pública que ayudan a que toquemos aspectos que suelen ser invisibilizados por el sistema cultural y político hegemónico. Hoy le tocó a Xóchitl Gálvez, Vicente Fox y a Santiago Creel incentivarnos a que platiquemos de racismo y clasismo en las siguientes líneas.

Racismo a la inversa

El panista Santiago Creel ha publicado videos recientemente donde se “rompe” emocionalmente y busca culpar al presidente de la república de todos sus males. Entre todo lo que le aqueja salió en estos días a mencionar que sufría de racismo a la inversa y que se le discriminaba por su color de piel y ojos.

Esta afirmación es ridícula y ofensiva para todas las personas que han sufrido racismo toda su vida y en todo momento de manera impune. Y es que Creel ha vivido en una esfera de privilegios donde su posición económica y sociocultural le ha permitido tener una vida plena y no sufrir ninguna clase de racismo o discriminación.

Esa posición que tiene en parte también se debe a su tonalidad de piel y ojos. Así es, en todo el mundo y en específico en México la pigmentocracia es una realidad. Estamos hablando de que el color de la piel si llega a determinar la posición política y socioeconómica que tendrás en la vida.

Investigaciones del Colegio de México (COLMEX), de OXFAM, del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) y hasta de periodistas serios como Viri Ríos y Hernán Gómez han demostrado que esa tendencia existe.

Es decir, que si tienes un tono de piel blanca gozas de varias ventajas donde seguramente podrías llevar una vida mejor que alguien de tonalidad más oscura, quien tendrá muchos obstáculos en frente y su porcentaje de oportunidades se reduce considerablemente. Estamos hablando de un racismo estructural que existe y niega derechos a millones de personas, perpetuando esas injusticias.

Meritocracia

Este racismo se mezcla y potencia con las desigualdades sociales que genera la distribución inequitativa de la riqueza material que está concentrada en unas pocas manos, mientras las demás personas apenas y pueden subsistir con muchísimas carencias. Pero no solo es la concentración de la riqueza en pocas manos, sino que se vuelve aún más injusto cuando las mismas riquezas son generadas por la fuerza de trabajo de esa gran mayoría. Sí, estamos ante un robo legalizado y normalizado (Marx le llamó plusvalía).

Dentro de este panorama injusto surgen tanto las declaraciones de Fox donde llama a quitar los programas sociales, devolverle su pensión y privilegios y nos dice huevones; y las de Xóchitl que menciona se volvió rica gracias a que vendía gelatinas y que sus empresas han crecido de la nada, donde la corrupción en cuanto al crecimiento de su riqueza nada tuvo que ver.

En este punto debemos mencionar que entra al escenario el mito de la meritocracia. Si, ese sistema donde según la gente obtiene lo que se ganó con su propio esfuerzo y donde todas las personas estamos compitiendo en mismas condiciones. Dicha narrativa se nutre de casos aislados donde personas que según no tenían nada consiguieron el éxito y se volvieron multimillonarios.

Ese mal chiste que va contra todas las probabilidades y si puede contra la ciencia misma es producto de las consecuencias que tiene el pensamiento mágico en las personas, así solo basta “echarle ganas” para salir de la pobreza y si no lo logras te culpa a ti victimizándote y no al sistema por la desigual e injusta competencia.

Pero al igual con el racismo a la inversa, el cuento de la meritocracia se cae con los datos duros que son resultado de la realidad y sus dinámicas. Tenemos según también investigaciones recientes que 74 de cada 100 personas que nacen pobres en México se quedan en esa misma línea y su movilidad social no existe. De los otros 26 restantes uno o dos llegarán a ser muy ricos solamente.

Así, podemos ver que tanto el racismo a la inversa como la meritocracia son dos cuentos que cumplen una función precisa: invisibilizar y normalizar el racismo y la desigualdad social, para así mantener sus privilegios y culpar a la mayoría de la población de su situación de pobreza y marginación y que no veamos que quienes son los verdaderos culpables son los integrantes de la minoría rapaz del país.

Afortunadamente, la Cuarta Transformación está trabajando para acabar con ambos males con políticas públicas enfocadas a terminarlos. El proceso es lento porque los cambios radicales así deben serlo. Recordemos las palabras que dijo nuestro presidente ¡Muera el racismo! ¡Muera el clasismo!

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