PRI: R. I. P.  (Segunda parte)

Opinión de Edy Hernández

El declive del priísmo como sistema político inició con tres hechos separados en el tiempo, pero unidos por el autoritarismo: la masacre a manos del ejército de civiles en la Plaza de Tlatelolco en 1968,  la guerra sucia y la firma del TLC.  Cada uno de estos actos constituyeron ataques masivos a los derechos civiles y los derechos humanos que rompieron pactos tácitos entre la población y el sistema político priista.  

El pacto político no escrito tuvo al menos tres pilares; el apoyo social al PRI pasaba por sostener algunos derechos, como lo son la seguridad pública,  el acceso a servicios como educación, salud,  vivienda,  apoyo al campo,  algunos derechos a trabajadores, etcétera; el segundo pilar tiene que ver con una identidad entre lo nacional,  el partido y lo popular; el tercero es la relativa estabilidad social y política que aseguraba el sistema autoritario mediante la corrupción y la violencia. 

Buena parte de esas concesiones a obreros,  campesinos y clases medias fueron producto de los sectores de izquierda de la revolución mexicana que se insertaron en el proceso hegemónico conducido por los sectores capitalistas, y de derecha que resultaron victoriosos en la revolución.   

Durante esos años la violencia política y económica fue dirigida a quienes se oponían al pacto que ahogaba la libertad de expresión,  elección y organización,  aspectos que quedaban fuera del pacto entre el sistema político y la sociedad. Es así como explicamos que el sistema político tuviera una “legitimidad sucia”  en el sentido de que el PRI gozaba del apoyo popular, siempre y cuando cumpliera con el pacto social a costa de las libertades políticas y la democracia.  

Es por ello que los acontecimientos antes mencionados comienzan a romper el pacto de alianza entre los sectores populares y el sistema político priísta: las agresiones de los cuerpos de represión policíacos y militares comenzaron a extenderse con mayor fuerza, cubriendo cada vez más extensiones del territorio y población: primero con el pretexto de exterminar a grupos guerrilleros comunistas con grupos paramilitares y del propio ejército y policías, y luego estos mismos grupos se dieron cuenta de que que las armas también eran herramientas de acumulación de capital a través del delito, y pusieron las bases de la paramilitarización de grupos criminales y del narcotráfico, que se convirtieron en subsidiarias de esa violencia que comenzó a finales de la década de los setentas.  Por otro lado, a partir de los años ochentas, los sectores de derecha del PRI se entregaron a los intereses de las empresas extranjeras y los capitalistas mexicanos, con lo cual comienza el lento rompimiento del pacto con los sectores populares.  

El punto climático de esa ruptura llega una vez que el FMI y el Banco Mundial obligan a que se adopten planes de ajuste estructural a la economía después de la crisis económica en los ochentas,  se reduzca el presupuesto en educación,  salud,  servicios públicos,  etc., y a partir de ahí, también se atacan derechos de obreros y campesinos, lo cual aumenta la pobreza de los sectores populares y se favorece a los sectores de clase empresariales. 

El punto más alto de este proceso se da con la firma el Tratado de Libre Comercio con América del Norte. La entrada al libre comercio significó que desaparecieran negocios y fábricas locales,  que empresas públicas fueran vendidas para beneficio de capitales privados.  Como puede observar,  distinguido lector, la sociedad comenzó a romper el pacto y a exigir mayor democracia porque el sistema dejó de tener esa legitimidad social que aceptaba el costo el autoritarismo y la falta de libertades y derechos cívicos. 

La combinación de pobreza,  injusticia,  falta de democracia y crecimiento de la criminalidad marcan la era del neoliberalismo,  además de que este modelo de acumulación capitalista requirió una nueva guerra sucia con el asesinato de opositores en la era salinista. A partir de aquí, este sexenio se afianzó el poder político en manos de empresarios,  políticos corruptos, sectores católicos de extrema derecha,  narcotraficantes,  paramilitares y sectores de la academia e intelectualidad a partir de la alianza entre el PRI y el PAN. 

Todos ellos formaron un bloque compacto de intereses y apoyo mutuo, tejiendo una red de impunidad y saqueo nunca antes vista en la historia de México. Por eso el declive del PRI ( que incluye al PAN) comenzó con la supuesta guerra contra el narco de Calderón y la desaparición de estudiantes en Ayotzinapa. Tanto el ascenso,  como la hegemonía y el declive del PRI está regado de cadáveres y asesinatos;  la vigencia del sistema político está en cómo la violencia se fue profundizando a medida que el sistema político se afianzó y defendió ante el peligro de la democracia. 

Es por ello que ahora,  cuando vemos la muerte del PRI(AN), es comprensible que invoque su ritual de horror y muerte.  Seguramente es la última hora de la noche antes de que amanezca.  Muere el PRI y un siglo se va con él: el largo siglo XX priísta.

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