Noticia mata historia

Cuando yo era niño la gente se enteraba de las noticias en la mañana, principalmente a través de los periódicos. Eso quiere decir que “la gente” no era toda la gente, ni siquiera la mayoría: las personas que atendían las noticias cotidianamente eran unos cuantos; incluso al interior de los hogares en donde se compraba el periódico. Las cosas cambiaron pronto. Ya entrado en mis primeras juventudes, si uno quería estar más o menos al tanto del acontecer tenía que ver los noticieros nocturnos en la tele. Esa situación, durante mucho tiempo, tenía coordenadas y nombre: canal 2 y Jacobo. Después, durante algún período las noticias se fueron a los matutinos radiofónicos.

Hoy día y desde hace ya algunos años, casi todo lo que publican diariamente los periódicos matutinos ya no es noticia: debido a los medios electrónicos, pero sobre todo a los medios digitales y a las redes sociales en línea, sus páginas son fundamentalmente un recuento de lo que ya sabíamos…, ¡y de lo que ya sabíamos casi todos!: actualmente vivimos empapados de información, de tal suerte que nos enteramos de un demonial de asuntos, aunque no nos interesen, aunque no queramos. En México, para colmo, buena parte de la información acerca de lo que acontece en la arena pública y sin duda la pauta de la llamada agenda nacional se propaga, de lunes a viernes, desde las mañaneras: prácticamente 24 horas antes de que comiencen a circular los periódicos que podrían dar cuenta de lo que ahí se dice. 

De un montón de sucesos nos enteramos al momento, altiro, si acaso unos minutos después. La oportunidad de la noticia es hoy casi la inmediatez. Si un evento se considera noticioso, el público tiene que saberlo ipso facto. Por tanto, la caducidad de una noticia es también inmediata. Vivimos en un ambiente de información abundante y fugaz. Ni siquiera necesitamos olvidar algo para que dejemos de atenderlo: sencillamente ocurre que siempre tenemos la conciencia ocupada con lo más reciente, independientemente de su importancia.

Por lo demás, desde siempre, no es raro que los hechos históricos pasen, si no desapercibidos, al menos sí subvalorados por la gente contemporánea a su ocurrencia. Vivir tiempos históricos no asegura ser consciente de ello. Nunca lo ha sido, y hoy que vivimos bajo una catarata de notas que inclemente cae casi sincronizada con los hechos, pues menos. Mire, por ejemplo, seguramente usted recuerda que en julio pasado vivimos el día más caluroso jamás registrado en la historia. Claro, en términos noticiosos le estoy hablando de algo que pasó hace ya muchísimo tiempo, un evento que ya fue sustituido en su memoria RAM por otros miles…, pero, cuidado, se trata de un hecho histórico por antonomasia. Repito: el martes 4 de julio de 2023 fue el día con la temperatura promedio más alta de la historia de la Humanidad —la temperatura promedio global ese día fue de 17.18 grados Celsius (62.92 grados Fahrenheit)—. Además, se trató de un acontecimiento mundial perceptible localmente: las olas de calor que azotaron a varias regiones del planeta durante esa semana tuvieron también presencia en nuestro país, por ejemplo, la temperatura en Monterrey alcanzó 45 grados Celsius. Días después del hecho histórico, António Guterres, secretario general de la ONU, dijo ante la Asamblea General del organismo:

Las consecuencias son claras y trágicas: niños arrastrados por las lluvias monzónicas; familias que huyen de las llamas; trabajadores que se derrumban en un calor abrasador. La única sorpresa es la velocidad del cambio. El cambio climático está aquí. Es aterrador. Y es apenas el comienzo. La era del calentamiento global ha terminado. La era de la ebullición global ha llegado.

Tremenda declaración, ¿cierto? Tremenda y muy mediática: de inmediato inundó las redes y llegó a los noticieros de radio y televisión, y en su momento a las páginas de los periódicos… Pero, igual que sucede con todas las demás noticias, de inmediato fue sustituida por otras, las más recientes… Un par de meses después, en septiembre, el mismo Guterres, quizá abatido por el poco caso que recibió su declaratoria anterior, comenzó su intervención en la minicumbre climática emergente organizado en la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York: “La humanidad ha abierto las puertas al infierno”. ¡Zaz! ¿Así o más claro? El portugués alertó —“El calor horrendo está teniendo horrendos efectos”— y denunció —“la avaricia desmedida de la industria de los combustibles fósiles”.  Igual, sus palabras se hicieron noticia de volada…, y de volada pasaron al olvido porque a botepronto el público ya estaba pensando en otra cosa.

Noticia mata historia. Y cualquier noticia. Hoy que escribo, por ejemplo, leo que las reservas internacionales de nuestro país alcanzaron un récord histórico: 205 mil 623 millones de dólares, el monto más alto desde que existen registros, es decir, 1995. Y qué creen, mañana casi nadie tendrá esto en mente, como en cambio seguramente sí el dislate que durante el día cometa la señora Bertha Xóchitl o cualquier otra intrascendencia. 

No dudo que todo lo dicho hasta aquí usted ya lo supiera. Me animé a escribirlo nada más para recordarnos que estamos viviendo tiempos históricos y que en buena medida nos toca documentarlos, con todo y el escándalo noticioso que todo el santo día nos divierte y distrae. Fernando Abad urge en un texto reciente a “escribir la historia de las Guerras Semióticas”; tiene razón, y una de ellas se libra entre el foco y la distracción.

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