En medio de un panorama mundial donde la desigualdad y la pobreza parecen difíciles de frenar, México logró un hito: fue el país con la mayor reducción de pobreza relativa entre los 38 miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en la última década. Entre 2012 y 2021, esta disminuyó en 3.9 puntos porcentuales, un descenso que ningún otro país del organismo igualó.
Este dato, revelado por el informe Government at a Glance de la OCDE, pone sobre la mesa un logro relevante: las políticas de redistribución de ingresos sí funcionan. Ayudas gubernamentales, programas sociales y transferencias directas han logrado, en términos comparativos, mejorar la posición de millones de mexicanos respecto al resto de la población. Es decir, aunque no necesariamente salieron de la pobreza en términos absolutos, su situación mejoró frente al promedio nacional.
Además, México sobresale por otro punto poco usual en la región: el 63% de su población confía en que el gobierno puede equilibrar las necesidades de las generaciones actuales con las futuras. Solo Suiza comparte ese optimismo con un porcentaje mayoritario.
Pero el aplauso no debe ser ingenuo. El mismo informe recuerda los grandes pendientes: México ocupa el último lugar en esperanza de vida y gasto público en salud. Esto significa que, aunque se redujo la pobreza relativa, muchas familias aún destinan buena parte de su bolsillo a atender enfermedades o comprar medicamentos.
La educación también es una herida abierta. México continúa rezagado en los resultados de la prueba PISA, lo que pone en entredicho el futuro de las nuevas generaciones.
En resumen, el país avanza, pero aún hay temas en los cuales trabajar y en los que ya se está poniendo énfasis. Lo logrado es valioso y debe reconocerse. Pero el reto ahora es que esa reducción de la pobreza no sea solo numérica o temporal, sino estructural y duradera. Porque la verdadera justicia social no se mide solo en estadísticas, sino en calidad de vida.

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