Megalómano$ y gandalla$

Sin ningún empacho, Elon Musk declaró hace algunos años: “Quiero viajar a Marte, ver desde ahí hacia la Tierra y poder decir: ‘Todo lo que hay allá abajo es mío’”. Mega anómalo y megalómano.

La megalomanía es una anomalía, un trastorno del pensamiento caracterizado por una creencia inquebrantable en la propia grandeza, importancia y jerarquía. Las personas que padecen megalomanía creen con firmeza que son superiores a los demás, que tienen poderes especiales y que están destinados a la magnificencia. La megalomanía puede ser un síntoma de una serie de trastornos psiquiátricos, incluidos el trastorno delirante, el trastorno bipolar y el trastorno narcisista de la personalidad. También puede ser un síntoma de un trastorno neurodegenerativo severo, como la demencia. La megalomanía suele presentarse acompañada de falta de empatía con los demás, así que siempre tiene efectos sociales adversos. La grandiosidad es para los megalómanos un rasgo patológico que genera sentimientos de “tener derecho”, ya sea explícito o encubierto, a cualquier cosa…, como adueñarse del planeta.

“Uno de los problemas de la desigualdad en la distribución de la riqueza es su tendencia a magnificarse. Mucha gente, probablemente incluso tus vecinos y familiares, tiene ideas extravagantes y excéntricas sobre cómo debería funcionar el mundo, pero no tienen miles de millones de dólares para ponerlas en marcha. Ese es el problema” —sentencia el periodista Branko Marcetic en un texto publicado recientemente en Jacobin —“Jeffrey Epstein Is the Face of the Billionaire Class”—. Marcetic presenta la historia de Jeffrey Epstein como un estudio de caso de los abusos y patologías inherentes a la riqueza extrema, y sostiene que “la única forma de detenerlos es crear un mundo sin multimillonarios”.

Los multimillonarios no deberían de existir. ¿Por qué? Porque la megalomanía, la opulencia y la impunidad van de la mano. Riqueza, poder y conexiones, una triada a partir de la cual se perpetran abusos de manera sistemática. Hace algunos días, Pablo Iglesias, Sara Serrano, Manu Levin e Inna Afinogenova dedicaron La Base a hablar de la hiperpolarización de la riqueza que experimenta la humanidad. El pretexto fue el caso Epstein, particularmente la revelación de las listas de acaudalados y famosos que eran asiduos visitantes —¿clientes?— de su isla, un sitio en el cual se organizaban actos de abuso sexual a menores de edad de forma consuetudinaria. Ya casi al final del programa, Iglesias entrevistó al sociólogo Antonio Ariño, coautor del libro La secesión de los ricos, cuya tesis fundamental es la siguiente: “La estructura de la distribución de la riqueza tal y como existe hoy en el mundo en sociedades democráticas y supuestamente meritocráticas es en sí misma una amenaza para esa sociedad. No hay la menor duda de que una sociedad que pretenda ideales de cohesión, justicia, equidad o igualdad no debería tolerar estas enormes asimetrías que hay en la distribución de la riqueza… Esta distribución de la riqueza es antisocietaria”. 

El sistema no está organizado en favor de la equidad, justo lo contrario. La hiperconcentración de la riqueza se acelera. El orden de las cosas —el desorden— hace que el sueño megalómano del señor Musk sea factible. El 15 de enero pasado, Oxfam dio a conocer el estudio Desigualdad, S. A, en el cual se reporta que, en tan sólo cuatro años, de 2020 para acá, la fortuna conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo se ha más que duplicado: ¡se incrementó 114%! O sea: cinco fulanos tenían 405 mil millones de dólares en 2020 y ahora acumulan 869 mil millones. En promedio, pues, estos cinco se apropiaron de 14 millones de dólares cada hora, unos 238 millones de pesos, cada hora durante todos los días y las noches, a lo largo de cuatro años. En el otro extremo y durante el mismo período, casi cinco mil millones de personas en todo el mundo —seis de cada diez— se han empobrecido. Si todo sigue como hasta ahora, es decir, si se mantiene la misma dirección y el mismo ritmo, en diez años una sola persona —sin duda un hombre blanco del norte global— habrá acumulado más de un millón de millones de dólares. Peor: si todo sigue como hasta ahora, la pobreza a nivel global no podrá ser erradicad en los próximos 228 años.

El director ejecutivo de Oxfam Internacional, Amitabh Behar, explicó: “Esta desigualdad no es ninguna casualidad; los milmillonarios se aseguran de que las grandes empresas les generen más riqueza a costa del resto de la población”. En otras palabras: las grandes empresas se agandallan para que un puñado de privilegiados megalómanos se quede con la riqueza que entre todos generamos. Hoy, el valor de mercado conjunto de las diez empresas más acaudaladas del planeta es de 10.2 billones de dólares, más dinero que el PIB combinado de todos los países de África y América Latina.

Un mundo así, este mundo, no es sostenible.

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