La arrogancia del periodismo

Opinión de Humberto de la Garza

“La arrogancia periodística está llegando a unos límites insoportables”.

“Nadie quedó bien en el episodio de Azucena Uresti, Carmen Aristegui, Loret de Mola, López Doriga y demás fauna que se autodenominan periodistas. Ellos y ellas, deberían sentirse avergonzados de llamarse periodistas”.

“Debería de proponerse que, en las salas de redacción de todos los medios de México, pongan en la pared, con letras de un metro, un letrero que diga: ‘La verdad por encima de todo’. Si no hay verdad, se pierde el respeto por el entrevistado, por el ciudadano, por el otro periodista”.

“Ha habido una desmejora, no solo de la radio.  De todos los medios de comunicación, probablemente el más afectado ha sido la radio”.

El auge de las redes sociales y el uso que se le da a las mismas, es una de las razones por las que se puede explicar la crisis de credibilidad por las que atraviesa el oficio del periodista. 

“Eso (la credibilidad) se ha visto afectada en los últimos años por razón de las redes sociales. Ese formidable y maravilloso progreso electrónico, que debió haber sido la ayuda monumental de los medios, se convirtió en un problema con la mentira, la manipulación, la tergiversación. Esto ha sido generado, y vamos a ser sinceros, por los propios medios de comunicación”.

“Cuando las redes sociales empezaron a tener auge, los medios, no desde el punto de vista periodístico, sino desde el punto de vista empresarial, creyeron que las noticias se encontraban en las redes y no necesitaban tantos periodistas. Y entonces comenzó su despido.  En los medios, sobre todo en los impresos, se ha producido una salida casi masiva de ellos, porque las empresas supusieron que podían encontrar las noticias directamente en el computador”. 

“Los comunicadores se alejaron de las reglas básicas del periodismo como lo son el respeto, la sensatez y, sobre todo, la correcta conducta frente a las audiencias”. Por ello hay que calificar como “bochornoso” el incidente entre Azucena Uresti y el caso Debanhi.

“Ambos cometieron errores. Una persona que es periodista y está haciendo entrevista, no tiene derecho a salirse de sus casillas. El entrevistador verá si él se sale de sus casillas. Ser entrevistador conlleva, entre otras características, tener humildad para aguantar cualquier despropósito que le haga el entrevistado”.

Nadie quedó bien y mucho menos Azucena, el medio y el periodismo en general. 

Esta situación sirve para, una vez más, convencerse de que “se tiene que rectificar el rumbo que lleva el periodismo mexicano. La arrogancia periodística está llegando a unos límites insoportables. Hoy los periodistas suponen mentalmente: ‘Yo tengo la razón en todo. Si ese entrevistado me contradice, tengo que revirarle’. No es revirarle. Si el entrevistado miente, díselo. Pero no le digas cretino, no le digas animal, imbécil. No es necesario”.

“En las facultades de comunicación falta la enseñanza de más principios periodísticos, éticos y de comportamiento. No solo enseñar redacción, no solo enseñar cómo se pregunta, no solo enseñar cómo buscar las noticias. Hay que comenzar a enseñar principios. Imparcialidad, objetividad, independencia, el sentido de la veracidad. Hay que recuperar eso en las salas de redacción y en los salones de clases”.

La soberbia de algunos periodistas  ha hecho que se altere la razón de los medios de comunicación. “Los hechos diarios del periodismo en México demuestran que la prensa ya no está actuando como contrapoder en el sentido clásico de la expresión. Sino como el primer poder. La prensa ya no es el contrapoder, ahora es el reemplazo de los poderes, y eso creen los periodistas”. 

Los medios han presumido, en una demostración de poder, de haber tomado posición en favor de una candidatura, al punto de permitirnos ver reconocidos periodistas migrando a la opinión, a partidarios políticos sin dejarlo de presente a su audiencia. Un cubrimiento lleno de adjetivos, escalando un clima de ausencia de imparcialidad y objetividad, ha permitido que “la arrogancia periodística llegue a unos límites insoportables. 

Y es que en México apenas inició el proceso de  campañas, pero la premura de quienes a menos de un año de los comicios llevaron sus cábalas al horario estelar, permiten asomar un estilo de periodismo con identidades a los medios americanos en cuanto al marcado proselitismo político. Observemos como ejemplo, el evidente contraste entre el tratamiento que da la prensa a un temperamento tan convulsionado y cambiante como el de los miembros de los partidos de la alianza opositora, para quien no sobra todo tipo de reportajes, extensos cubrimientos, dejando al descubierto su preferencia; frente al cubrimiento que hace de un carácter más ponderado y sereno en la figura del presidente de la República, quien evita confrontarla. 

No podemos dejar de analizar en este punto, que esta respuesta de la prensa se manifiesta en un momento donde su status quo ha sido amenazado por la proliferación de las campañas políticas en las redes sociales, minando su influencia y presionando a la baja los costos de la pauta. El crecimiento de las conexiones de la ciudadanía a la red, de la mano de la expansión de la red móvil, aviva las contiendas y vuelve a las redes mecanismos de respuesta presurosa, emocional a la dinámica de la coyuntura y el debate político, presionando a los medios tradicionales a una competencia por mantener una posición en la opinión, lo que no puede suceder a costa de la imparcialidad, la objetividad y el análisis riguroso, horizonte de los medios informativos. 

No hay peor novelista que aquel que piense que ha escrito la novela total, la novela perfecta, la novela que le cambiará el rostro a la literatura de su época. Semejante arrogancia sólo se merece el salario del desprecio. Son precisamente las imperfecciones de la novela las que la autentifican, y hasta en ocasiones la enriquecen. Ese tipo de arrogancia también puede afectar a los periodistas. Sobre todo aquellos que se sienten tocados por el dedo de Dios, los que pregonan que su verdad tiene más valor que la del resto del gremio. Entonces dejan de ser periodistas y se erigen en censores dogmáticos, en caudillos de la verdad; toman el báculo como profetas del Sinaí para dirigirse al mar Rojo y conseguir que las aguas se separen para que su pueblo avance hacia la verdad, con eso de que “la verdad os hará libres”.

Claro, mientras eso sucede se vuelven un verdadero fastidio, son puntillosos, imperfectos perfeccionistas que esperan que los demás hagan las cosas bien, o al menos que el resto haga las cosas un poco como las hacen ellos. Se enfrascan en batallas áridas que no llevan a nada, en discusiones sofistas que sólo buscan el aplauso a su razón. ¡A huevo quieren tener la razón!, porque si no se las dan, qué caso tiene ser periodista.

Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.

Salir de la versión móvil