La habilidad del mexicano para denominar cosas es fantástica. Existe un área de estudio llamada “semiótica” que se encarga de analizar los significados que se asignan a los símbolos. Reconocemos que habitamos en un mundo lleno de signos, ya sean lingüísticos, visuales o sonoros. Los modos simbólicos se comparten con más o menos personas en la medida en que socializamos nos hace formar parte de un grupo social. Los códigos son construidos a partir de la experiencia y uso, si no tenemos el código es poco probable que se concrete el proceso de comunicación.
Dentro de estas construcciones hay una gran cantidad de formas comunicativas que poco reflexionamos en la vida cotidiana porque nos parecen naturales. Cosas como la forma de contar, cómo decimos buenos días, cuando pedimos en un restaurante la cuenta, cómo silbamos a los animales para que regresen al corral. Cada contexto crea su propio sistema de signos y códigos que hace única la comunicación entre las personas y gesta procesos de interculturalidad; no sólo por formar parte de ciudades distintas, sino que, incluso entre familias hay un sistema comunicativo específico. Este es el fundamento de las expresiones culturales de las demarcaciones.
En este contexto se enmarca la sorprendente creatividad que tienen los mexicanos de nombrar cosas, su picardía y referentes que usa para hacerlo es fantástica. Hablemos del “guajolocombo”, palabra que la cultura chilanga ha asignado para una versión de comida rápida mexicana ancestral, que contiene una torta de tamal, denominada guajolota y un atole. Es previsible intuir el origen del nombre en las cadenas comerciales de alimentos listos para llevar que forman parte del comportamiento alimenticio estadounidense y ha llegado a nuestro país desde hace algunos años.
La oferta de comida rápida ahora tiene nuevos componentes que me gustan más y considero de mayor valor nutrimental. Nuestro primer ejemplo es el guajolocombo, que es delicioso y hay una gran cantidad de variedades, aunque en la Ciudad de México es posible encontrar en mayor medida el de hoja de maíz o el oaxaqueño. En algún cruce de calles, afuera de los mercados, del metro, de los hospitales, casi en cualquier lugar por las mañanas podemos encontrarlos. Es tan rápido de conseguir y para comer que el otro día, cuando viajaba en el Metrobús el conductor en medio del alto del semáforo pidió desde la ventana la torta de tamal y el atole, le tomó menos de tres minutos en hacer su compra.
Las quesadillas, los sopes, tacos o flautas también entran en la categoría, pero su preparación requiere más tiempo, así que no han conseguido funcionar de la misma forma que el tamal. En algunos lugares podemos encontrar carritos con fruta picada, lista para ingerir, aunque la oferta es menor. Lo que he visto proliferar es el paste. Los pastes son una especie de empanada que se puede rellenar de algún alimento dulce o salado, comida típica de Hidalgo, donde ya funcionaba como una comida rápida. Los mineros los consumían gracias a la funcionalidad del alimento, su higiene y facilidad de transportar en los túneles.
El punto de la higiene es algo que tenemos que considerar y resulta interesante tanto del paste como de la guajolota, ya que no es necesario tocarlo directamente. El paste que conocemos en la actualidad no tiene la misma forma que los que se hacían para los mineros ya que éstos terminaban en punta por ambos lados. De esta forma, los trabajadores que no podían lavar sus manos para comer, tomaban con sus manos sucias el alimento, pero sólo de la punta y al terminar la punta que sólo era masa se tiraba, pues ya estaba sucia. Algo similar sucede ahora con el tamal, sólo se toma el papel que envuelve la torta.
En este momento, los comerciantes han encontrado una nueva forma de emular las grandes cadenas de comida rápida y forma los llamados combos o paquetes, lo que mejora el precio de los productos. Hace un par de semanas encontré una tienda de pastes que tiene su propio combo en donde te venden un par de empanadasq con una taza de café. Me pregunto ¿cómo le llamarán a esta nueva modalidad? De seguro los mexicanos encontrarán un nombre adecuado. El asunto es que existe comida mexicana que bien puede funcionar como una opción nutritiva, más sana y “portable”, por ejemplo, las flautas, que también hay una moda de servirlas en un vaso para hacerlas transportables.
Considero que hay más alimentos que se han colocado bien en el gusto de las personas y que tendrían que conservarse así, pues hay también una tendencia de destrozar nuestra riqueza culinaria, por ejemplo, los esquites o elotes hervidos que ahora se preparan con frituras de marcas que contienen ingredientes altamente nocivos para los consumidores como los dorilocos. La cultura alimentaria tradicional comienza a gestar una lucha complicada con los comportamientos alimenticios de las nuevas generaciones y que impacta todo, desde lo que consumimos, cómo lo consumimos y qué signos son apropiados por los jóvenes.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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