La oposición en México antepone la ideología del partido en el poder a la administración pública desde una perspectiva simplista. Es decir, somete al escrutinio popular la idea de que al no ser de derecha es de izquierda y, por lo tanto, toda izquierda se encamina al comunismo. El resto de las actividades del trabajo no importan, simplemente anular la labor de la 4T en aspectos que no sean los políticos.
Al tomar posesión de los cargos de elección popular, en todos sus niveles, la ideología de los triunfadores en las urnas diluye su pensamiento político en nombre del ejercicio del poder. Afirman que gobernarán para todos por igual, pero nunca dicen que dejarán en el olvido su manera de percibir la realidad a través de la ideología en la que desarrollaron su vida política y gracias a la cual ganaron los comicios.
Podrán separarse de las responsabilidades partidistas, pero no distanciarse de su manera de pensar, porque, de ser así, no tiene caso votar, ni por ellos ni por nadie. Porque la población vota por una manera de gobernar, de acuerdo con el propio lineamiento establecido en la historia y confirmada en la campaña. Esto implica una secuencia de hecho, propuestas, objetivo e ideales que deben ser congruentes con la ideología de los elegidos, esté o no dentro de las promesas de campaña.
Consideran que gobernar para el pueblo lo excluye, porque ello no se consideran pueblo. Es más trascendente la congruencia con la forma de pensar política que con la apertura de puertas de par en par, a los conflictos que surjan durante el mandato, tomando en cuenta que en algunos casos forman parte de las consignas de los opositores, problemas que se disfrazan de nuevos retos pero que forman parte de una realidad artificial, que logran convertir en hechos reales, gracias a los medios a su alcance, que son los más antiguos, creados y criados por los gobiernos anteriores.
Sacrificar la personalidad ideológica por la justificación del cargo es un atentado contra la democracia, por mucho que se insista en que debe gobernarse para todos, desde luego, pero este esquema tradicional tiene que ver con lo administrativo y no con lo político. Es decir, debe entregare de igual manera y con puntualidad, los recursos económicos, pero no permitir que los proyectos de la oposición influyan siquiera en el gobierno.
La oposición en México ahora quiere que se gobierne para todos en lo político y, desde el gobierno, se otorguen espacios a sus ideas, propuestas, proyectos y ocurrencias, tratando de confundir a la población, con la idea de que al no haber un lugar para su injerencia, hay un régimen autoritario, incluso dictatorial, como lo han difundido desde hace algunos años.
A la actual oposición en México hay que recordarle todos los días quién tiene el poder, dentro de la democracia, y aunque parezca obvio, que no olviden que perdieron las elecciones y no por poca diferencia. Reclaman como si el voto les hubiera favorecido pero a la hora del debate, dentro y fuera del Congreso, pierden no sólo la coherencia como ente político sino la razón y adoptan la tribuna como callejón de peleas de barrio.
La oposición debe supervisar que se cumpla el mandato del pueblo, que se ejerza su voluntad, ese sería su principal objetivo como oposición, de su observancia y cuestionamientos depende la honestidad del partido en el poder, pero operan haciendo creer que tienen detrás a millones de mexicanos que apoyan sus proyectos que nadie conoce, con seguidores que nadie identifica.
Uno de los más graves problemas de la oposición en el país es que no se sienten parte de la sociedad, se consideran más allá del bien y del mal, su superioridad es incuestionable, como si la pobreza fuera más contagiosa que la pandemia.
No se trata de que cada quien haga lo que le corresponde sino que lo realice dentro de las reglas que el gobierno, elegido por la mayoría, impone, porque en un gobierno donde la oposición actualmente está impedida de influir en las reforma de las leyes y, para impugnar cambios o transformar la normatividad. Además, carecen de la preparación necesaria, como lo han demostrado los legisladores de la oposición desde septiembre del año pasado.
Cuando se le habla de adquirir el hábito de la lectura por lo menos en el caso del conocimiento de las leyes que van a discutir, o en el estudio mínimo de la historia o, por lo menos en saber cuántos artículos tiene la Constitución, los parlamentarios de la oposición mostrarán su ignorancia, producto del desinterés hacia sus tareas.
El reclamo permanente de la oposición sobre la imaginaria cercanía a la dictadura, por la fantasiosa proximidad al comunismo, la terca percepción de la concentración de poder, resulta injustificado.

Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
Comentarios