La imagen del campesino pobre que ingresaba al narcotráfico para sobrevivir ha quedado atrás. En cambio, hoy en día los jóvenes millonarios, bilingües y con formación académica son quienes encabezan las organizaciones criminales más poderosas del país.
Un reportaje multimedia de Milenio ha revelado que este cambio comenzó en la década de los 70 con tres nombres que marcaron el antes y el después: Miguel Ángel Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carrillo, pupilos del “León de la Sierra” y fundadores del Cártel de Guadalajara, la primera gran organización criminal mexicana con alcance internacional.
Félix Gallardo, “El Jefe de Jefes”, tejió alianzas con cárteles colombianos y autoridades mexicanas para traficar mariguana y cocaína a EE.UU. Fue arrestado en 1989 tras el asesinato del agente de la DEA Kiki Camarena, y actualmente permanece preso. Caro Quintero industrializó el cultivo de mariguana, huyó tras el crimen de Camarena y, tras años prófugo, fue extraditado a EE.UU. en 2025.

En paralelo, en el noreste, Juan García Ábrego heredó la red de contrabando de su tío Juan Nepomuceno Guerra, incorporando el tráfico de cocaína, y de esta manera consolidó el Cártel del Golfo. Sus vínculos con el Cártel de Cali lo colocaron en la lista de los más buscados del FBI hasta su captura en 1996.
Entre 1970 y 1990 los cárteles mexicanos consolidaron su transformación de redes locales a imperios transnacionales, y destinaron ganancias del narcotráfico a la construcción de escuelas, iglesias y obras públicas, ganando así aceptación social. No obstante, la cocaína dominó el mercado, la violencia incrementó, estableciendo de esta manera la cultura del narco: armas de alto calibre, lujos ostentosos y narcocorridos que glorifican sus hazañas.