El pasado 10 de octubre, el comité noruego del Nobel decidió otorgar dicho reconocimiento por la paz, a la opositora del régimen político de Venezuela, Corina Machado, en lo que fue, el acontecimiento menos esperado y a su vez, el más aclamado por la derecha internacional, quienes de inmediato exaltaron las virtudes e importancia de un premio de ese tipo. Desde entonces, al mismo tiempo se ha desatado una controversia sobre la relevancia de tan famosa distinción. “Por su incansable trabajo promoviendo los derechos democráticos para el pueblo de Venezuela”, se leía en un texto que acompañaba la imagen de la laureada en la página oficial del Nobel.
Pero, después de este “honor” a una activista convertida en política, la cual dijo apoyar al Estado de Israel en lo que a todas luces es un genocidio contra el pueblo de la franja de Gaza y quien además, solicitó la invasión militar de fuerzas armadas contra su país, para reestablecer lo que llamó “democracia”, que en realidad se trata de que el sector conservador de Venezuela tome el poder y, lo que es aun más importante, el control del petroleo, ¿son esos los méritos a los que se refiere el comité noruego del Nobel? ¿En dónde quedaron los anhelos de Alfred Nobel para que el galardón se le otorgue a quienes desarmen al mundo y se restablezca la paz, contrario a los deseos de Machado de apoyar un genocidio e invasión?
Este reconocimiento es la confirmación de la pérdida de credibilidad de una institución que en 2009 otorgó el mismo premio a Barak Obama, quien iniciaba en su calidad de presidente y que estrenó su Nobel de la Paz bombardeando Irak y después Afganistán. En sus dos períodos, no existió un solo día de paz.
En nuestra actualidad es Donald Trump, otro presidente de Estados Unidos quien busca, desesperado, recibir dicha medalla, que en últimos días ha hecho mediática su postura de articular un acuerdo o al menos servir de intermediario entre Hamás y el gobierno de Netanyahu, para alcanzar la tan necesaria paz; el que a través de las redes sociales de su gobierno criticó que el galardón fuera a manos de Corina Machado, la que por cierto, le dedicó su Nobel a él por “su apoyo a nuestra causa”, palabras que coinciden con el sentido que ha tomado el galardón y quienes lo dirigen.
Para como van las cosas, la ONU y el Nobel pasarán a la historia al prestarse al servicio del poder político reinante y demostrar su falta de valor y sentido crítico y evitar ser contrapeso de aquellos quienes hoy buscan hacerse del poder y los recursos de los países más pobres, sin importar las consecuencias que lleven consigo dichas decisiones.
Si este premio sirve como “oxígeno puro”, de acuerdo a palabras de Loret, ¿cuánto implicaría que este reconocimiento hubiera sido otorgado, por ejemplo, a todos los médicos y personal de emergencia que tratan día a día con víctimas de las bombas que lanza Israel en Palestina? O bien, ¿con qué fueros el gobierno sionista continuaría con dicha masacre, si a su dirigente político más alto se le hubiera negado el acceso a la sede de Naciones Unidas y a ese estado se le excluyera de la Organización?