Aprendimos a quererte

Opinión de René González

El hombre nuevo que nunca pensó en llevarse nada para sí, y hasta el final luchó por la generosa premisa: “para todos todo”, Ernesto Che Guevara, el revolucionario eterno, el irredento personaje de pensamiento y acción; su vida y obra sigue siendo faro de inspiración para las causas de la justicia y la igualdad. El 9 de octubre se cumplen 55 años de la muerte del Che, quien después de ser capturado en las montañas bolivianas fue ejecutado en la escuelita de La Higuera por el sargento Mario Terán, representante de un vergonzoso ejército boliviano subordinado a la CIA. 

Hasta su última hora, el Che actuó en función de su sueño de liberar de la explotación -del hombre por el hombre- a los pueblos del mundo; un preciado anhelo que lo llevó en su juventud a un periplo por la América Latina profunda, al compromiso con la medicina y la ética, a ser protagonista de la revolución cubana, y a concebir la teoría del foco guerrillero, misma que llevó a la práctica en el Congo y Bolivia. El foco significaba emprender un levantamiento insurreccional sin esperar a que “existieran todas las condiciones para la revolución”, apostando a que la voluntad heroica de un grupo de guerrilleros permeara entre los sectores oprimidos, principalmente los campesinos, para conseguir con rapidez extender la llama de la revolución, contar con una base social comprometida y derrocar a los regímenes injustos, fueran imperios o malos gobiernos.

Se han escrito ríos de tinta sobre el Che Guevara -biografías, novelas, ensayos y otras historias-, pero quizá el periodo de su vida menos conocido es su participación en el Congo africano, esos siete meses donde el célebre guerrillero parecía no estar en ninguna parte y se convirtió en leyenda. 

Al triunfo de la revolución cubana en 1959, el Che ya era un icono de la revolución mundial, y sus pasos posteriores lo consagraron como un personaje marcado por la congruencia heroica. “No quiero terminar mi vida como ministro de industrias”. Con esta frase el Che declaró su intención de seguir su vida de guerrillero. Esta declaración fue más que simples palabras, supone toda una concepción de militancia y vida, pues Guevara prefirió la senda de los sacrificios personales -en aras de honrar con hechos sus convicciones-, a quedarse atrapado en la inercia burocrática, que, si bien en aquellos primeros años de la revolución cubana no suponía comodidades y confort, si era insuficiente para quien lo movía el verdadero humanismo de extender por todo el mundo la llama de la justicia.

El Che como hombre de praxis no habría de quedarse detrás de un escritorio, despilfarrando horas de vida que podría dedicar a la acción directa. No le satisfacían como un fin en sí mismo las medallas, condecoraciones, cargos y el merecido reconocimiento de haber contribuido a derrocar al dictador Fulgencio Bautista, y con ello lograr la liberación de Cuba, para Guevara siempre había otros caminos. 

Los procesos de liberación de las naciones en África -tras siglos de colonización, dominación e incluso esclavitud bajo el yugo de los países europeos-, comenzaron en la segunda mitad del siglo XX. En 1957 Ghana es el primer país africano en independizarse, para 1965 casi todos los países del continente habían logrado su emancipación. 

Patrice Lumumba fue electo primer ministro en el Congo en 1960 en unas históricas elecciones libres, pero el gobierno belga no se quedó cruzado de brazos y comenzó una estrategia de desestabilización para mantener el control colonial de la riqueza minera del país, lo que llevó al derrocamiento de Lumumba y su fusilamiento en contubernio con la CIA. Bajo ese contexto, y después de anunciar a Fidel Castro sus intenciones de hacer plausible la vía del internacionalismo revolucionario, Ernesto Guevara se aprestó en abril de 1965 a viajar a África, para unirse a los Simbas (grupo guerrillero congolés surgido luego del asesinato de Patrice Lumumba). En el Congo, el Che dirigió una columna cubana que llegó a tener más de cien hombres. 

Hasta nuestros días irradia una significativa y recomendable fuente para hurgar en aquellas jornadas de muerte, adversidades y esperanza que el Che protagonizó junto con decenas de revolucionarios cubanos: Pasaje de la guerra revolucionaria: Congo

Sabemos, que la historia también se hace de derrotas.  “La derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitiva”, diría José Saramago. Diversas teorías e interpretaciones se han escrito sobre la estancia del Che en el Congo, quizá desde el anacronismo y la incomprensión; para la mentalidad individualista era un despropósito que el Che prefirió exponer su vida en la lucha justa de un país ajeno, a ejercer tareas de dirección en el gobierno que había notablemente ayudado a ganar; para nosotros estos actos son material imprescindible para el fuego de las utopías. 

En su advertencia preliminar en Pasaje de la guerra revolucionaria… Guevara escribió: “Esta es la historia de un fracaso. Desciende al detalle anecdótico, como corresponde a episodios de la guerra, pero está matizada de observaciones y de espíritu crítico ya que estimo que, si alguna importancia pudiera tener el relato, es la de permitir extraer experiencias que sirvan para otros movimientos revolucionarios. La victoria es una gran fuente de experiencias positivas, pero también lo es la derrota, máxime considerando las circunstancias extraordinarias que rodean el episodio: los actuantes e informantes son extranjeros que fueron a arriesgar sus vidas en un territorio desconocido, de otra lengua y al cual los unían solamente los lazos del internacionalismo proletario, inaugurando un método no practicado en las guerras de liberación modernas”.

La perspectiva de el Che sobre el Congo enfrentó diversas problemáticas culturales, territoriales, de idiosincrasia, de estrategia, de táctica, etc., así el 20 de noviembre de 1965, después de siete meses en el Congo, el Che cruza el lago Tanganica para regresar a Tanzania. Sin liderazgo, sin poder superar el enfrentamiento cultural entre congoleños y cubanos, sin soldados preparados política e ideológicamente, la única opción es la retirada.

En sus apuntes el Che reconoce: “Más correctamente, esta es la historia de una descomposición. Cuando arribamos a territorio congolés, la Revolución estaba en un período de receso; sucedieron luego episodios que entrañarían su regresión definitiva, por lo menos en este momento y en aquel escenario del inmenso campo de lucha que es el Congo. Lo más interesante aquí no es la historia de la descomposición de la Revolución congolesa, cuyas causas y características son demasiado profundas para abarcarlas todas desde mi punto de observación, sino el proceso de descomposición de nuestra moral combativa, ya que la experiencia inaugurada por nosotros no debe desperdiciarse, y la iniciativa del Ejército Proletario Internacional no debe morir frente al primer fracaso”.

Años más tarde, en el Prólogo de Aleida Guevara March hija del Che, a la nueva edición de Pasajes de la guerra revolucionaria… ya desde un balance que permite la lejanía de los años de los hechos, se observa que la obra del Che Guevara no fue un fracaso, sino una experiencia de la que abrevaron en el propio Congo, y que resurge como un hito en las luchas genuinas por la liberación de los pueblos africanos, y de todos los pueblos hermanos del mundo: 

“Al cumplirse el primer aniversario del triunfo de la Revolución del Congo, participé en las celebraciones, tuve la posibilidad de conversar con algunos de los compañeros que combatieron junto a él y aproveché la oportunidad para comentarles la publicación de este libro; me preocupaban sus opiniones, pues el Che es crítico, directo, y pretendía que este documento permitiera analizar los errores cometidos para no volver a incurrir en ellos; hace señalamientos específicos a varios dirigentes entre los que destaca el líder congoleño Laurent Kabila, quien hoy es el dirigente máximo de su pueblo. El contacto con estos hombres me permitió comprobar que recuerdan con respeto y cariño al Che Guevara; la mayoría de ellos eran muy jóvenes en esa época, pero según sus propias palabras no pueden olvidar la imagen de sencillez y modestia que les transmitió el Che al brindarles respeto y ponerse bajo su mando, por lo que están conscientes que las recomendaciones hechas por él siempre serán útiles para la gran tarea que tienen por delante, la de unificar el país y lograr que por primera vez en muchos años sea el pueblo congolés el que disfrute de sus propias riquezas. Los hombres no mueren cuando son capaces de guiar con su vida y su ejemplo a muchos otros, y estos logran continuar la obra.”

Al final de la experiencia en el Congo, Fidel Castro logra después de varias cartas e intentos que Guevara regrese a Cuba. En junio de 1966, en carta inédita, le escribe:

“Sé que cumples los treinta y ocho el día 14. ¿Piensas acaso que a esa edad un hombre empieza a ser viejo? Espero no te produzcan fastidio y preocupación estas líneas. Sé que si las analizas serenamente me darás la razón con la honestidad que te caracteriza. Pero, aunque tomes otra decisión absolutamente distinta, no me sentiré por eso defraudado. Te las escribo con entrañable afecto y la más profunda y sincera admiración a tu lúcida y noble inteligencia, tu intachable conducta y tu inquebrantable carácter de revolucionario íntegro, y el hecho de que puedas ver las cosas de otra forma no variará un ápice esos sentimientos ni entibiará lo más mínimo nuestra cooperación”. 

Ese mismo año el Che regresa a Cuba y prepara la revolución en Bolivia. Aprendió y siguió luchando sin descanso hasta encontrarse con la muerte y convertirse en idea perdurable: Aprendimos a quererte/ Desde la histórica altura/ Donde el sol de tu bravura/ Le puso un cerco a la muerte.

Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.

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